No somos otra cosa que pedacitos de momentos, retazos de sentires y ecos de amores pasados conformando un mandala con espacios en gris que, tal vez, alguien se animará a colorear. Somos habitantes de un haiku que se completa con canciones tarareadas en una noche de verano o silencios en la orilla de un mar ruidoso; una trama compleja buscando rearmarse entre los escombros de lo que quedó, tratando de ser capitanes de nuestro propio botecito y ya no marineros de un transatlántico ajeno. En la quietud de la noche busco al que fui para no soltarlo nunca más y pienso en qué será del silencio cuando encuentre las palabras que se anudan y te nombran.
Rolando Arrizabalaga